El mercado de semillas también sufre

Un mercado local de alrededor de u$s 1.000 millones anuales; exportaciones que llegaron a superar los u$s 300 millones (aunque ahora se redujeron a la mitad); 100.000 empleos directos e indirectos, de los cuales más de 500 corresponden a profesionales de grado y especialistas; unas 500.000 hectáreas de producción y cerca de 1 millón de toneladas producidas, constituyen algunos de los datos salientes de una industria que «no se ve», pero que justifica buena parte del estratégico sistema agrario argentino.

Es que la industria semillera, que de ella se trata, está constituida por una cadena de 3.000 empresas mayoritariamente privadas, aunque también hay públicas, que van desde los obtentores a los viveros, pasando por introductores y semilleros; un mundo complejo y sofisticado para satisfacer a los productores agrícolas del país y del exterior. Y, como ellos, sufren también las contingencias climáticas, económicas y políticas a lo largo del tiempo.Sin embargo, una de las mayores transformaciones que debieron adoptar fue la tecnológica que cambió radicalmente los esquemas productivos, los equipos, el personal y, por supuesto, los resultados, algunos de cuyos coletazos, como los jurídicos, todavía están pendientes y se sufren por estos días, con el recrudecimiento del conflicto sobre las patentes de las obtenciones vegetales.

Es que a pesar de lo que algunos creen, el semillero es uno de los sectores más estratégicos y forzosamente tecnificado de la producción agroindustrial. La avanzada científica se concentra allí donde, a su vez, se producen las novedades agrícolas, y se definen las tendencias.

Cambios en el negocio

Y en este sentido, también hubo cambios muy significativos en el negocio rural en general, ya que al igual que en el resto del mundo avanzado, las empresas proveedoras y de servicios participan ahora casi por partes iguales, con el comercio y los propios productores, mientras a mediados del siglo pasado su porcentaje era sensiblemente menor, de acuerdo a un estudio realizado en la Universidad de Harvard.

Pero localmente, y en especial en los últimos años, las alternativas del negocio semillero fueron variables debido a los altibajos políticos y económicos por los que atravesó el país, no siempre favorables para una actividad que siempre se mantuvo dolarizada.

Ni las excelentes condiciones agroecológicas, ni la «contraestación» que permite producir semillas en la misma campaña para el hemisferio norte, lograr neutralizar las condiciones internas adversas que se vienen atravesando.

Así, hubo empresas que se achicaron, otras que desaparecieron o se fusionaron, se fueron atrasando las variedades de algunas especies, bajaron las exportaciones por pérdida de competitividad y, sigue sin alcanzarse el autoabastecimiento en varios rubros porque, además, finalmente resulta más barato comprar directamente en el exterior a la sombra de un dólar fuera de paridad en varios momentos.

Por caso, «es muy difícil competir con Chile o Turquía en hortícolas, mientras que la alfalfa directamente se importa desde Estados Unidos. En el caso de las legumbres las variedades están atrasadas 10-15 años», destaca el especialista Alfredo Paseyro, de ASA (Asociación de Semilleros Argentinos), para magnificar el estancamiento que atraviesa el rubro en el país por distintas razones, aunque las económicas predominaron en los últimos años.

Pero también las indefiniciones sobre propiedad intelectual frenaron muchas inversiones locales e internacionales, como viene ocurriendo con el poroto, o más recientemente con una colocación internacional de u$s 100 millones que planeaba una empresa biológica local para su ampliación, y que se suspendió ante la indefinición sobre el reconocimiento -y pago- de las patentes de semillas.

Por supuesto que la inflación, el peso impositivo, las cargas laborales, la falta de controles racionales y efectivos que terminen con la competencia desleal, y especialmente el fuerte aumento del «costo argentino», que no es otra cosa que la ineficiencia (transportes, comunicaciones, etc.), fueron determinantes a la hora de definir el desarrollo semillero local que, por el momento, aparece constreñido a unas 600.000 hectáreas, con una producción menor al millón de toneladas anuales, cuando por sus características agroecológicas, extensión, y capacidad técnica local podría ampliar significativamente esa cifra…

fuente: Ambito