ADIÓS A PASCUAL MASTELLONE

El fin de semana falleció Pascual Mastellone a los 84 años. Cuando tenía apenas 21 años –luego de la muerte de su padre– se hizo cargo de una pequeña empresa elaboradora de mozzarella, provolone y ricotta para transformarla, algunas décadas después, en una de las principales compañías lácteas presentes en el mercado argentino.

La única manera de crear algo tan grande como La Serenísima es generar equipos de trabajo integrados por personas comprometidas. Muchas de las grandes innovaciones laborales orientadas a construir confianza –que son actualmente de uso habitual en los departamentos de “recursos humanos” – fueron implementadas hace década por “Don Pascual” (para entender esto no dejen de leer el testimonio de Ximena Casas en El Cronista).

Mastellone

“Don Pascual” fue un genio del marketing (y lo fue antes de que ese término se conociera en el país). Por la inversión publicitaria. La innovación constante. La política de puertas abiertas (todos los que visitamos la fábrica de Gral. Rodríguez siendo niños nos llevamos un recuerdo indeleble).

También fue un maestro de las relaciones públicas. Durante mucho tiempo hubo una regla de oro en el sector lechero: “nadie la saca un tambo a Mastellone”. La mayor parte de integrantes de la industria láctea le debían favores a Don Pascual, quien, al tratarse de uno de los principales originadores de leche del país, podía captar excedentes o suplir faltantes para sacar de un apuro a otros industriales del sector.

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Pero esa regla de oro comenzó a flexibilizarse a partir de la licencia solicitada por “Don Pascual” a mediados del año pasado: desde entonces algunas compañías comenzaron a robarle tambos a La Serenísima.

“Don Pascual” nunca hizo ostentación de su riqueza. Probablemente porque llevaba marcado en el cuerpo el esfuerzo titánico de los logros alcanzados. En 2005 sufrió la pérdida de su hija Teresa, quien, según el deseo de Pascual, era la elegida para sucederlo en la dirección de la compañía. Por ese golpe durísimo estuvo a punto de vender todo. Pero finalmente logró juntar fuerzas para salir adelante.

Ese mismo año Pascual Mastellone fue de uno de los encargados de convencer al entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna, de la necesidad de elevar de 5,0% a 15% el derecho de exportación aplicado la leche en polvo para promover una mayor oferta interna de leche. Esa medida instrumentada en julio de 2005, que promovió una baja del precio de la leche pagado al tambero, fue la primera de una serie de desincentivos implementados para restringir la exportación de lácteos a la mínima expresión.

Entre 2005 y 2013, según datos oficiales, la producción argentina de leche creció un 17%. En ese mismo período Uruguay –nación con condiciones agroecológicas similares a la Argentina que hace lo imposible por promover sus agroexportaciones– registró un crecimiento del 51%.

Si hubiésemos seguido el mismo camino que Uruguay habríamos producido en 2013 al menos 14.400 millones de litros de leche en lugar de los 11.200 millones logrados. Esos 3200 millones adicionales tendrían un impacto considerable en el empleo (la lechería es una de las actividades agroindustriales con mayor requerimiento de mano de obra) y en la generación de divisas (mercadería ultra-requerida en las actuales circunstancias).

La Argentina necesita mucha gente con el espíritu emprendedor y el empuje de “Don Pascual”. Pero también requiere empresarios con una visión de largo plazo orientada a generar riqueza, de manera sustentable, entre todos los participantes de la cadena de valor.