Grobocopatel: «No es inteligente plantear retenciones cero»

El titular del grupo Los Grobo hizo un balance de las políticas para el agro en la última década. «Mi sensación es que deberíamos estar mucho mejor», relativizó.

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La entrevista con Gustavo Grobocopatel ocurre una mañana fresca, en un bar de Puerto Madero. El motivo es repasar el ciclo que parece estar terminando y sus perspectivas de lo que se avecina. Un ciclo en el que su empresa, Los Grobo, pasó de ser una agropecuaria nacional a un holding agroindustrial y de servicios regional, con socios brasileños y hasta japoneses. En el que fue cerebro y motor de Bioceres, compañía de biotecnología que creció hasta convertirse en un jugador importante del negocio global de la biotecnología. En el que el formato que constituyó el primer gran éxito de la empresa familiar, la siembra en campos arrendados, alcanzó su pico de 120.000 hectáreas y luego se redujo a una sexta parte, mientras los otros grandes pooles que habían hecho un proceso similar prácticamente desaparecieron. Y en el que él dejó de capitanear la compañía, que conducía desde recién recibido, para dedicarse a asesorar gobiernos y organismos, viajar y cantar, según publica el diario de Santa Fe La Capital.

En el medio de ese ciclo, el gobierno planteó al sector agropecuario como su enemigo, con mayor virulencia en 2008, durante el angustioso conflicto por la resolución 125, que pretendía imponer un nuevo aumento de los derechos de exportación en pocos meses y derivó en el mayor conflicto político del mandato de Cristina Kirchner a poco de empezar. Y dejó unos rencores importantes, que han llevado a perseverar en políticas para “el campo” que son incluso auto-lesivas.

La mirada de Grobo es desapasionada y panorámica. Sin buscarlo, toda la entrevista está atravesada por los temas relativos a las organizaciones: las empresas, el sector agropecuario, el país, el Mercosur, lo público y lo privado.

—¿Cómo caracterizaría a esta última década?
_No quiero entrar en la discusión chica de si fue la década ganada o perdida. Mi sensación es que deberíamos estar mucho mejor, y que cometimos errores que nos colocan en esta situación de pensar que somos víctimas de la crisis mundial, cuando en realidad, por las características de la Argentina, deberíamos haber sido ganadores. ¿Quién está bien en el mundo ahora? Estados Unidos. Pero deberíamos poder estar diciendo Estados Unidos y la Argentina, porque si hubiésemos exportado más, generado inversiones estructurales, competitividad sistémica, habríamos salido favorecidos. Obviamente que hay sectores que se afectan más que otros en ese proceso, pero es parte del desarrollo de los países.

—¿Ahora es tarde?
—Y ahora viene otro período, en el que hay más problemas, en un contexto que no ayuda, y va a haber que tomar medidas más duras. Es como que pateamos cosas con la panza. Ahora los costos son mayores, y los va a tener que asumir el próximo gobierno.

—¿Cree que lo va a hacer bien? Hace unos meses comentaba, respecto del agro, que los referentes de todos los partidos tienen claro qué hay que hacer.
—Sí, lo tienen claro. Uno puede discutir después la capacidad y la posibilidad de hacerlo. Eso es como los melones, que se acomodan en el carro al andar. Pero no tienen ni mucho tiempo ni mucho margen para hacer cosas muy distintas uno de otro.

—¿Para el agro vienen tiempos duros como los del fin de los 90?
—Creo que ahora hay un problema igual o peor, porque lo de fin de los 90 fue paulatino, se cocinó a fuego lento. Este deterioro ocurrió muy rápido: como que todos los problemas que se venían incubando, tapados por los altos precios, se destaparon. Es impactante. Pero el gobierno tiene herramientas para resolverlo: sacar las retenciones, abrir el comercio, son tres o cuatro pavadas. Y sin embargo está agudizando el problema. Eso es lo loco, por qué esa necesidad, sin ningún motivo.

—¿No puede ser que considere que las retenciones al maíz, por ejemplo, están sosteniendo a los que lo consumen, como las avícolas?
—No, porque eso puede hacerse con otro nivel de retenciones. En realidad es un diferencial, porque las avícolas también tienen retenciones cuando exportan. Ojo, yo soy partidario de que haya un nivel mínimo de retenciones, por ejemplo al maíz y al trigo, de 5%. Porque si bien son protecciones a la industria, en el fondo también son un beneficio para el productor: cuanto mejor está la industria local, tiene demanda más diversificada y sólida. Eso ya pasó en la soja. Creo que debería ser un interés no solo de la industria, sino de los propios productores, aunque ellos no están muy de acuerdo. Pero no es correcto ni inteligente plantear que las retenciones bajen a 0.

—¿Con 5% alcanza para que no se exporte todo?
—Bueno, si no lo pueden hacer con esa retención, que se dediquen a otra cosa, no son competitivos.

—¿Cómo está la Argentina en el plano internacional?
—Hemos retrocedido. Yo ando mucho afuera, participo en paneles, organismos multilaterales, bancos, empresas, gobiernos. La Argentina era un referente mucho más importante que Brasil para muchos países de Latinoamérica; ahora hablan muy mal. A mí me lo explicó un mexicano: yo le dije que en México ocurren cosas más terribles que en la Argentina, se quedó pensando y dijo: “El problema es que los latinoamericanos teníamos muchas expectativas con Argentina y estamos defraudados”. Yo creo que es esa sensación, era un país desarrollado culturalmente, sofisticado, más europeo, con menos pobreza, más educación. Como una muestra de que se podía llegar, y no lo hacemos.

—¿Ahora estamos unos escalones más abajo?
—Sí, hay problemas de integración. Yo trabajo en Colombia. Colombia firmó el TLC con EEUU y puede importar soja a tasa 0, pero no del Mercosur. Perdimos el mercado de harina de soja y demás de Colombia, y vamos a perder los de todos los países latinoamericanos, cuando lo natural sería que la Argentina provea a China, pero antes a Latinoamérica. No estamos en estos tratados del libre comercio, y nos vamos haciendo China-dependientes.

—Hubo algunas incursiones en destinos lejanos, como los Emiratos Árabes, ¿no?
—Sí, cuanto más diversos tengas los destinos, mejor. Estamos vendiendo a otros países de Asia Pacífico, como Vietnam, que son como 400 millones de personas y creció cualquier cantidad, o Indonesia. Hay que ir a muchos países, también a África. Lo criticamos porque fue (el ex secretario Guillermo) Moreno, pero no está mal ir a África, lo que está mal es ir con La Salada. Tenemos que ir con industrias competitivas, creando multinacionales, con organizaciones de pymes que puedan crecer.

—De las misiones de Moreno se criticó también que incluía países con dictaduras.
—Bueno, sí, por supuesto, pero… El comercio hace la paz. Comerciar es gestionar cultura, ponerte en el lugar del otro, entenderte. Y la inversa: cuanto más te desacoplás, cuanto más proteccionismo, intentás explicar tus fracasos con una agresión. El proteccionismo hace la guerra, digamos.

—¿Siempre?
–Es un concepto general. Ojo que yo no estoy ideológicamente en contra del proteccionismo. Creo que el proteccionismo inteligente es necesario para algunas industrias. Cuando una compañía recibe subsidios del Estado, Aportes No Renovables, etcétera, está recibiendo protección del Estado, y está bueno. Pero tiene que ser circunstancial, efímero, de corto plazo. Es una inversión que hace la sociedad para que las industrias se transformen en competitivas y sustentables. Si hay que hacerla toda la vida, no sé si vale la pena que la sociedad pague ese costo.

—¿Cómo ve el Mercosur?
—Creo que fue un desastre. Pero con Brasil no somos socios sino hermanos, y con un hermano tenés que estar unido toda la vida, no es una elección. Además, ir por el mundo a negociar solo es suicida: tenés que ir como región, a pelear por los mercados, a abrirlos. Se generó como un mecanismo de protección del afuera, pero no podemos hacer un Mercosur para eso; tenemos que hacerlo para expandirnos, para invadir el mundo con productos.

—¿Cuál es el papel de organizaciones como Lide?
—Yo creo que el mundo va a múltiples formas de organización. No creo que deba haber una organización que piense de una sola manera, hoy todos somos diversos. Lo importante es que las organizaciones tengan un propósito. Y mientras cumplan con ese propósito, que vivan y crezcan, y cuando no, que desaparezcan. No soy institucionalista en el sentido de mantener las instituciones. El amigo filósofo Bernardo Toro dice: “Quien lucha por mantener las instituciones, no teme cambiar sus valores, y quien lucha por sus valores, no teme cambiar las instituciones”.

—El tema de las organizaciones atraviesa toda esta charla.
—El diseño de organizaciones es clave hoy. También son importantes las organizaciones sectoriales, como los productores. Lide es una organización que defiende los valores empresariales, y como es regional, también permite integrar a los empresarios de la región. Fijate que quizá Los Grobo sea la única empresa de la región que tiene accionistas brasileños y argentinos. Hay empresas brasileñas en Argentina o argentinas en Brasil, pero no mixtas; es una barbaridad. Creo que la verdadera integración entra por ese lado. Hay que generar mecanismos de alineación de incentivos, si no, siempre está la cosa oportunista.

—¿Qué quedó de la 125?
—Yo creo que es un conflicto que sigue abierto, no ha habido una reparación, un reinicio. De hecho, no hay comunicación fluida.

—¿Ese conflicto se va a terminar con el próximo gobierno?
—Depende de lo que pase, pero creo que va a ayudar y se va a reparar. Es un conflicto que generó una pérdida enorme al país y, si bien siempre creo que las responsabilidades son compartidas, quien está en el gobierno siempre tiene más responsabilidad que quien no está. Es lo mismo que con el terrorismo de Estado.

—Respecto del campo y la ciudad, hace poco comentó que, cuando al agro le va mal, la gente se conmueve y apiada del “campesino”, pero si se hace rico…
—(Se ríe) Yo creo que hay un trasfondo cultural. Cuesta ver el impacto sistémico que tiene la actividad agropecuaria, y ojo que pasa también en los pueblos del interior. Creo que la sociedad argentina tiene un problema con el éxito, cuesta alegrarse porque a otro le va bien. En el fondo hay algo de esto de “ma sí, te saco, total vos tenés”. No se ve que, sobre todo en los últimos 30 años, se democratizó mucho el acceso al negocio del campo; que el campo es el nuevo terreno de emprendedores globales que pueden industrializar, que son la nueva burguesía nacional, que van a generar la nueva UIA, y que el 70% de la agricultura estaba hecha por estos emprendedores. Lo que se ve es el prototipo del productor cajetilla, canchero, que anda en la 4×4, que no le importa lo que pasa alrededor.

—¿Cómo se sigue produciendo con los actuales precios de los granos?
—Esa estructura de pibes emprendedores, pooles de siembra chiquitos, el peluquero del pueblo poniéndole plata a dos agrónomos, está desarmada. La capacidad instalada está, pero deteriorada; en algunos casos, para reparar, y en otros, herida de muerte. En la medida en que haya más rentabilidad, eso se va a reestructurar, con nuevos jugadores. La pena es que en estas crisis a veces ganan los truchos, no los que hacen las cosas mejor y tienen todo en blanco. Lo cual es una falla del sistema.

—¿Quién produce este año en el campo y cuánto se va a sembrar?
_Hay muchas hectáreas que ya se tendrían que estar sembrando pero aún no se sabe quién lo va a hacer, y hay zonas que han sido tomadas por el productor local, el contratista local, asociados con algún acopiador, alguna financiación tipo Banco Provincia. Se habla de una caída de 2 millones de hectáreas respecto del año pasado, que ya había caído 1 millón. Se habían llegado a sembrar 35 millones de hectáreas, ahora estamos en 31 o 32 millones. Una cosa loca, decrecer cuando todo el mundo crece. Por eso digo que las políticas públicas de este gobierno han sido a favor de los productores norteamericanos o uruguayos.

—¿Qué prevé que pase el año que viene?
—Vamos a ver, va a haber jugadores que van a quedar y otros que no, va a haber una profunda transformación, hasta desde el punto de vista patrimonial. Hasta ahora, los que van perdiendo más son los grandes. Los chicos han sobrevivido mejor, lo que demuestra que la segmentación no está vinculada con el tamaño, con si sos rico o pobre, sino con cuánto te endeudaste, cuán eficiente fuiste en la administración y demás.

—¿Se puede desarrollar el valor agregado local?
—Sí, hay muchísimo por hacer, pero los que tienen que decidir qué hacer son los emprendedores. Porque en realidad no hacen lo que quieren sino lo que los clientes le van a comprar, y eso lo tienen que determinar buscando los mercados, yendo a ver, innovando. Tenemos que generarles condiciones a los emprendedores para que ganen dinero, para que reinviertan las utilidades si las tienen, facilitarles un poco las cosas, y se va a hacer rápidamente. Hasta 2008/2009, había un movimiento en los pueblos para generar más valor agregado, se hicieron pequeñas empresas para procesar soja, creció la producción de cerdos, de pollos. Hubo cosas. Chiquitas. Y este es otro punto: la sociedad tiene que crear grandes empresas, y chicas integradas a grandes. No se crean multinacionales. Hay empresas muy familiares, muy pyme, que está bien, pero no van a ser competitivas si no se integran a alguna organización mayor multinacional. Las redes son una forma de conservar la autonomía y al mismo tiempo integrarse.

—Dónde hay ejemplos modelo de redes?
—El ejemplo más impresionante es Fonterra, una cooperativa de pequeños productores de leche de Nueva Zelandia que fija los precios en el mundo. Hay muchos ejemplos, en Estados Unidos, en el sur de Brasil hoy tienen prácticamente el liderazgo total. Y acá las organizaciones en redes, los pooles y demás son una especie de cooperativas del siglo XXI. La cooperativa hoy no es juntar iguales para hacer algo grande, sino juntar distintos para hacer algo coordinado.

—¿Se ve en una función pública?
—(Se ríe) No. Yo creo que cada uno tiene su rol. A mí me gusta este rol de hacer empresas, de pensar cómo hacer que Los Grobo sea internacional, hacer estas consultorías en el exterior para ayudar al desarrollo de sectores… Me veo útil ahí.