La causa es el alto impacto fiscal que todavía pesa sobre el principal cultivo del país, indica un informe.
Del total que genera una hectárea de soja, el Estado se queda con el 43%, los costos representan el 39% y el margen del productor es el 18%.
La agricultura es un negocio de alto riesgo productivo, por el impacto del clima, las plagas y las enfermedades que pueden recortar en forma significativa los rendimientos de los cultivos. Pero en la Argentina se da la paradoja de que un productor, que pone en juego su capital cada vez que siembra, obtiene proporcionalmente una menor rentabilidad que si comprara un departamento y lo alquilara.
La distorsión se genera por el impacto que tienen los derechos de exportación de un 30% para la soja. “Haciendo soja de primera en campo propio la torta se reparte así: 43% el Estado, 39% a los costos de implantación y el 18% restante le queda al productor”, precisa un estudio que realizaron Julio Calzada y Sofia Corina, dos especialistas de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR).
El trabajo precisa que la rentabilidad que se logra al apostar a la soja de primera –en campo propio- representa el 1,4% del valor de una hectárea de campo (en promedio, unos 18.000 dólares en la zona núcleo), contra una utilidad neta que equivale al 2,3% del precio de un departamento de 100.000 dólares (considerando un alquiler tipo de 6.000 pesos mensuales y los gastos de mantenimiento). Las letras del tesoro (Letes) convienen todavía más: tienen rentabilidades cercanas al 3,45% del capital invertido.
La causa de esta paradoja es la alta carga fiscal sobre el cultivo, por la distorsión que generan las retenciones. Según los cálculos de la Bolsa rosarina, sobre un valor neto de 1.398,83 dólares que puede producir una hectárea de soja en la zona núcleo, el Estado –en sus distintos estamentos- se queda con 602,73 dólares (43%), los costos productivos ascienden a 540,50 (39%) y el margen neto del productor es de 255,55 dólares por hectárea (18%).
Alquilar un “piso” de 100.000 dólares genera, proporcionalmente, mayor margen que la oleaginosa y sin riesgos productivos.
El estudio no recomienda vender los fierros y comprar departamentos o letras del tesoro. “Ningún productor debería optar por estas dos últimas opciones, si tuviera una decisión de inversiones mutuamente excluyentes. La tradición del productor de seguir produciendo la tierra es más fuerte que cualquier análisis de inversiones alternativas”, reconocen Calzada y Corina. En el análisis de mediano plazo, además, explican que hoy las Letes pagan elevadas tasas por el fuerte déficit fiscal que tiene el Gobierno y la necesidad de financiamiento.
En una economía estable, en el futuro, se argumenta que la tasa de estos instrumentos de no más de 365 días debería gradualmente ir bajando. La opción de alquilar departamentos hace un año atrás permitía obtener una rentabilidad anual del 3%. Actualmente cayó al 2,3% anual, ya que incide la devaluación del peso y la imposibilidad de trasladar directamente al valor locativo el efecto de la fuerte inflación anual y la devaluación.
“Por eso el campo emerge como la inversión de menor rentabilidad pero de mayor futuro y sustentabilidad hacia los próximos años. Eso no quita que si el Estado se queda con el 43% de esa “torta” y el productor recibe nada más que el 18% de la misma, el peso tributario es muy fuerte todavía y necesita revertirse como ya ha sucedido en maíz, trigo, cebada o girasol con la eliminación de los derechos de exportación”, concluyen Calzada y Corina.
fuente: Clarín/Rural