En el mundo, la IT para el sector seduce con US$ 4.600 millones de inversión. Cómo se posiciona y qué le falta a la Argentina para aprovechar esta oportunidad.
En las cercanías de la ciudad de Río Cuarto, en Córdoba, está el establecimiento agrícola de la familia Marra. Andrés, uno de los nietos del fundador, es uno de los herederos de la generación joven que, con su formación de ingeniero agrónomo, lleva adelante la innovación dentro del campo familiar. Siembra variable (en el mismo predio se alternan los cultivos, como el maíz y la soja), con Precision Planting y utilización de imágenes satelitales ya procesadas de su campo que recibe en una aplicación. “Hoy el dron es una opción cara, por eso se compran servicios a terceros, como el de las imágenes. Podemos ver la sanidad de la planta, su sufrimiento y cómo afecta la variación de suministros como el fósforo en la tierra para analizar todo el campo”, detalla Marra, cuyas tierras tienen equipos de riego controlado.
Marra es apenas un ejemplo de cómo, en especial las generaciones más jóvenes, apuestan a la innovación en el agro. “Con el manejo variable de la siembra, aumentamos el rendimiento de los campos, especialmente en lugares en donde antes perdíamos plata y hoy salimos hechos. Levantamos los pisos de rendimiento”, dice Marra, que participó de una capacitación de la empresa AGD y apostó por este tipo de siembra. “Y con la cosechadora John Deere S670, vamos a poder tener mapas de rendimiento para tomar acciones cosecha tras cosecha. Tiene control automático de velocidad, que hace que acelere mientras vemos los niveles de pérdida, por ejemplo”, explica. “Cuando el rendimiento aumenta, la máquina actúa sola y no pierde tiempo ni kilaje.”
“Mi abuelo odiaba la computadora porque no la entendía ni la podía usar. Pero, en cuanto vio que la agricultura de precisión funcionaba, dio para adelante”, recuerda sobre los primeros momentos en que la tercera generación comenzó los cambios, allá por 2011. “Además, es más caro no usar las nuevas tecnologías. Hoy, puedo enchufar el iPad a la cosechadora, la información sube a la nube y, después, puedo ver toda la información, los mapas, saber si sembré bien o no, detectar en la pantalla si todo está funcionando bien. Y no se necesita haber ido a Harvard, sólo usar el celular y saber interpretar. Voy en la sembradora, veo los diagnósticos de la máquina, puedo interpretarlos y también tener en cuenta reparaciones que haya que hacer”, cuenta Marra, que participó en Iowa (Estados Unidos) del Farm Progress Show (una de las ferias más grandes del mundo en productos para el agro). “Pero, hoy, todavía no todos se dan cuenta del valor que tiene esta innovación”, analiza Marra. El comentario recuerda que, en el mundo el sector del “AgTech” se convirtió en un imán para los inversores de riesgo. En 2015, invirtieron US$ 4.600 millones en desarrollos para el sector. Entre las razones, pesa la necesidad de alimentos que requerirá el mundo a futuro: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) proyecta que la población mundial crecerá de hoy 7.400 millones de habitantes a 8.100 millones en 2025. Para poder cubrir la demanda, la FAO anticipa que solo en granos, un 80 por ciento del aumento de la producción provendrá del incremento de rindes que deberá generar la tecnología, ante una superficie de cultivo en vías de saturación. En cuanto a la oportunidad local, Marra, que con su proyecto S&M Agro ya apuesta por la IT, destaca: “Para que el país adopte la IT a un nivel masivo, hay que empujar al contratista a que tenga la tecnología pero, también, la capacitación para aprovecharla. Hoy, a lo mejor, tienen máquinas, pero no saben bajar los mapas”.
Pioneros y promisorios
Desde su creación, la Aacrea (Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola) no sólo se ocupa de asegurar el funcionamiento de los consorcios que representa, sino también de apuntalar la innovación y el desarrollo en todo lo concerniente al campo, la tecnología y a la capacitación de los miembros de los grupos. El apoyo a emprendedores y los CREA Labs dan muestra de esto. “Hay cosas que tienen que ver con la idiosincrasia, otras con la infraestructura y venimos de un contexto que no fue favorable”, dice Gabriel Tinghitella, responsable del área de Innovación de Investigación y Desarrollo de Aacrea. “El desembarco de nuevas tecnologías dinamiza. Bienvenido sea. Pero a veces llegan tecnologías que no se sabe cómo evaluarlas, que fueron desarrolladas para otros mercados. Por eso, tenemos un espacio de desarrollo tecnológico aplicado. Algunas de las novedades, para ser evaluadas, necesitan condiciones controladas o semicontroladas. Por ejemplo, propusimos un módulo para testear drones en la facultad de Agronomía.
Vinieron siete equipos distintos a volar el mismo ensayo y nos permitieron ver para qué servían”, detalla Tinghitella. “Hay un bombardeo de tecnología y no toda reporta utilidad —agrega—. Hay sensores y aplicaciones, pero el tema es cómo usarlos y combinarlos para que reporten éxito. En la Argentina, saber cuánta agua hay en el suelo es clave; también comprender la dinámica es fundamental porque gran parte del riego es por lluvia. Hasta ahora, ese control se hacía con creatímetros que se controlaban manualmente. Con los sensores, si hubiera conectividad, se reemplazan los creatímetros. Impulsamos, por eso, la tecnología con un uso genuino.” El de la conectividad es un tema gatillo en la aplicación de alta tecnología en el campo que resalta la mayoría de los implicados. Si es difícil establecer comunicaciones en los centros urbanos, la complejidad es aún mayor campo adentro, y eso retrasa el uso salvo que se combine lo online con lo offline.
Tinghitella, más allá de su rol en Aacrea, lo explica como productor. “Alquilo 500 hectáreas de campo. Hacemos muestreo intensivo de suelo, armamos mapas de disponibilidad de nutrientes, en función de eso aplicamos para la fertilización y medimos el rendimiento; y hacemos aplicación de herbicidas sitio-específica, lo que reporta un ahorro del 70 y 80 por ciento. Pero tiene una componente de trabajo a pulmón. La gestión del tiempo real no existe. Hay que ir al lugar y llevarlo a la máquina. Hoy, hay aplicaciones para monitoreo de cultivos que permiten tener todo georreferenciado. Pero eso funciona todo offline y cuando encuentra conexión sincroniza y manda todo”, alerta Tinghitella. “Con una sembradora, podés mapear semilla por semilla, con la ubicación y la distancia entre semilla, con latitud y longitud. Es una cantidad de datos impresionante en tiempo real, pero para eso se necesita gran ancho de banda y conectividad”, completa. Una asignatura pendiente de los servicios de comunicaciones.
El escenario es promisorio. En los últimos 11 meses, las exportaciones agrícolas se incrementaron un 25 por ciento en volumen y un 6 por ciento en facturación, según el Ministerio de Agroindustria. De acuerdo con la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (Cafma), las ventas de máquinas nacionales crecerán entre un 10 y un 15 por ciento en 2016 respecto de 2015, que para la entidad fue el peor año de la última década. Según los datos que publicó el Indec sobre las ventas de maquinaria agrícola para el primer semestre, la venta de sembradoras creció un 45 por ciento (646 productos) contra igual período de 2015; la de tractores, un 15 por ciento (2.293) y el resto de los implementos, entre un 6 y 10 por ciento. Los aumentos amplían el espacio de oportunidad para soluciones tecnológicas, que ayuden en materia de eficiencia, productividad y la tan mentada competitividad, entre otras variables, según recuerda Alejandro Artopoulos, profesor de Universidad de San Andrés (Udesa) y docente de la cátedra de Sistemas de Tecnología de la Información de la Maestría de Agronegocios.
“Hay mucho trabajo local para hacer. Varias de las tecnologías que están disponibles son carísimas y sólo las grandes empresas pueden bancarlas. No cualquiera se puede dar el lujo de pagar US$ 50.000 por dron, por eso la adaptación de la tecnología al uso local es fundamental”, indica. Artopoulos trabaja con Pragma Consultores en alianzas con productores de Internet de las Cosas para el agro, “para combinarla con Big Data”, precisa. “Se trata de agregar valor. Hay empresas que tienen dispositivos de sensores en tractores, que generan los datos, pero no los están usando. Hay mucha innovación muy dispersa pero no es sistémica. Falta que haya un mercado de servicios estandarizados que sean comprados por muchos productores. Y eso también tiene que ver con la salud de la economía agropecuaria.
El modelo productivo de la agricultura pampeana fue, desde los años noventa, muy consumidor de TIC pero muy local. No es que se desarrollaban grandes aplicaciones de ERP, sino todo ad hoc en cada una de las empresas. La app más usada en la mayoría de las empresas más modernas es el Excel”, ejemplifica Artopoulos. Las diferencias de tamaño de los emprendimientos tienen un peso negativo. “La mayoría de las empresas agropecuarias son Pyme; tienen mucho conocimiento agronómico del suelo y del crecimiento, pero no saben de tecnologías de la información. Lo que necesitan es tener una economía más sana para empezar a desarrollar un nuevo mercado de provisión de servicios de IoT, big data y que los adopten realmente”, agrega Artopoulos. “Muchos hacen agricultura de precisión, bajando fotos satelitales de la NASA en sus campos que cruzan con bases de datos y consolidan la información en Excel. A lo picapiedra, pero lo hacen así porque nadie quiere poner un peso en eso. Y a lo mejor cubren 50.000 hectáreas. Esa es la gran promesa que va a empezar a funcionar, porque de a poco esta generación va tomando decisiones”, detalla destacando un tema importante: el cultural. Empresarios como Andrés Marra, deben convencer a los de mayor edad. En eso, nada mejor que mostrar resultados. Y lo están logrando.
CRONISTA / Infotechnology