Una visión disruptiva desafía la complacencia de los productores: la creencia de que un buen cultivar y fósforo abundante garantizan el éxito está desactualizada frente a una brutal degradación del suelo que acidifica, compacta y vacía de nutrientes fundamentales, condenando los cultivos a una productividad mediocre.
La alfalfa, pilar de muchas explotaciones ganaderas, enfrenta una crisis subyacente que muchos productores ignoran o subestiman. Lejos de la simplista creencia de que un buen cultivar y altos niveles de fósforo (20, 25, 30 partes por millón) son la clave del éxito, la realidad del campo argentino es mucho más compleja y preocupante. En los últimos años, hemos sido testigos de un nivel de degradación de los suelos «bestial» por diversos motivos. La única verdad, como se señala, es la realidad.
Estudios recientes, como los mapas de suelo publicados por Fertilizar en diciembre de 2024, revelan una evolución desoladora de parámetros como calcio, magnesio, fósforo y materia orgánica. La situación es «tremenda» y genera un impacto «bestial» en la potencialidad de los cultivos. Aún más alarmante es que muy pocos productores realizan análisis de suelo, a pesar de su bajo costo, y quienes lo hacen, a menudo se conforman con resultados superficiales sin profundizar en los problemas ocultos.
El pH se ha «ido al demonio»
Uno de los parámetros más afectados es el pH del suelo, que ha descendido drásticamente. La región pampeana, que hace 20 años no presentaba suelos ácidos, hoy tiene entre el 60 y 70% de su superficie con pH por debajo de 6. Esto es «letal» para la alfalfa, una especie calcícola que no tolera la acidez.
Esta acidificación tiene consecuencias devastadoras:
• Nódulos ineficaces:
Los nódulos, que teóricamente aportan el 50% del nitrógeno que necesita la alfalfa, no funcionan o no están presentes con pH por debajo de 6. Esto desmiente la creencia general de que la alfalfa no necesita nitrógeno y «recupera la fertilidad». La alfalfa requiere 30 kilos de nitrógeno por tonelada de materia seca, un nivel similar al de otros cultivos agrícolas, algo históricamente ignorado.
• Vaciamiento de calcio y magnesio:
La acidificación también indica un vaciamiento significativo de calcio y magnesio en los suelos. La alfalfa, que es «tremendamente calcícola», necesita para 10 toneladas de materia seca una cantidad de calcio equivalente a una soja de 35.000 kilos de grano por hectárea. Diez mil kilos de materia seca es considerado un cultivo «mediocre» para cultivares con potencial de producir entre 25.000 y 30.000 kilos al año.
Compactación: la «maceta» que estrangula las raíces
La ausencia de calcio y magnesio, principales estabilizadores de los agregados del suelo, lleva a la generación de compactación. El suelo se «aprieta» y se forman estructuras laminares, incluso a pocos centímetros de profundidad. Esta compactación restringe el crecimiento de las raíces a una «maceta» limitada, impidiendo que la planta acceda a los pocos nutrientes disponibles en el perfil completo del suelo y reduciendo drásticamente su capacidad de utilizar agua, lo que agrava los problemas en años de sequía o provoca encharcamientos en lotes planos.
¿Qué hacer ante este escenario «muy complejo»?
La primera y crucial acción es el diagnóstico. Es imperativo que los productores realicen:
1. Análisis de suelo: Para conocer el estado real de los nutrientes y el pH. Es como hacerse un análisis de sangre para el colesterol.
2. Penetrometría: Para identificar los puntos de resistencia y compactación en el suelo.
3. Observación directa: Una forma «sencilla y chacarera» es sacar plantas con una pala. Si las raíces crecen hacia los costados o se ramifican en lugar de ir hacia abajo, hay un problema de compactación.
La solución no es inmediata ni simple. Los problemas acumulados durante años «no se van a resolver en diez minutos». Se requiere una planificación a mediano plazo. Fertilizar puede resolver el problema del momento, pero no la causa subyacente. Por ejemplo, aunque la urea puede hacer «volar» la alfalfa en el corto plazo por su aporte de nitrógeno, también genera más acidificación, agravando el problema a largo plazo.
Es fundamental empezar a trabajar «un poco más con la cabeza» y no basarse en «presupuestos mentales» o asunciones erróneas. La intención es «sembrar la duda». Solo reconociendo el «quilombo de compactación» y su encadenamiento de consecuencias, los productores podrán iniciar un camino hacia la recuperación de la productividad de sus alfalfares y la salud de sus suelos.