Su labor diaria y compromiso con el medio ambiente son el motor de un agro responsable y competitivo en Argentina, con historias que inspiran desde Mendoza hasta Salta, y una gestión innovadora de residuos que marca la diferencia.
En el corazón de la producción argentina, un grupo de hombres y mujeres se erige como pilar fundamental no solo de la economía, sino también de la sustentabilidad rural. Estos productores agropecuarios son los verdaderos protagonistas de un campo que busca ser cada día más limpio y responsable, demostrando que la pasión por la tierra y la conciencia ambiental pueden ir de la mano.
La relevancia de su trabajo va más allá de la provisión de alimentos; su accionar responsable es el «kilómetro 0» del desarrollo sustentable del agro, una característica cada vez más valorada en términos de competitividad global. Con motivo del día que reconoce su labor, hemos explorado tres historias que ejemplifican este compromiso a lo largo del país.
Historias de Pasión y Conciencia Ambiental
En Tunuyán, Mendoza, Belén Scarel es un ejemplo de la nueva generación que regresa a las raíces familiares. Junto a su hermano, Belén ha retomado la actividad frutícola iniciada por sus padres, dedicándose a la producción de duraznos. Ella subraya la imperante necesidad de adaptarse al cambio climático y a las innovaciones productivas. Para Belén, llevar un registro completo de las acciones en la finca es clave para optimizar recursos como el agua.
Cruzando el país, en Charata, Chaco, encontramos a Héctor Luis Solé, un productor dedicado al cultivo de soja, maíz, sorgo, trigo y girasol. Héctor se define como un «generador responsable y eficiente de productos que alimentan a la sociedad». Para él, la sustentabilidad comienza en el cuidado del suelo, «nuestro recurso más importante», la base de su vida y trabajo. Sus prácticas incluyen el uso de cultivos de servicio, siembra directa y labranza mínima para proteger este valioso recurso.
Desde Salta, en la región de Anta, el equipo de agronomía del LIAG, enfocado en la producción agrícola y en menor medida ganadera, destaca que «ser productor significa evaluar, planificar, organizar y dar seguimiento«. Para no desviarse de sus objetivos ambientales, se enfocan en cumplir con certificaciones internacionales de buenas prácticas agrícolas y en capacitarse constantemente.
A pesar de la distancia geográfica, todos estos protagonistas comparten una convicción: profundizar en hábitos con impronta ambiental es primordial. Héctor Solé lo resume así: «Aportar nuestro granito de arena hace la diferencia, tiene efectos concretos, que se materializan en un curso de agua potable, en suelos sanos, en la posibilidad de acceder a mercados que demandan buenas prácticas». Belén Scarel, por su parte, hace un llamado a la unidad: «que la pasión por la tierra y por nuestra actividad nos una para hacer las cosas bien, dejándole, de esta forma un legado a las futuras generaciones». El equipo de LIAG complementa esta visión, afirmando que «con hechos simples, por más mínimos que parezcan, aportamos a mejorar el desempeño de la actividad en su faceta económica, social y ambiental».
El Compromiso con los Envases Vacíos: Un Eslabón Vital
Otro punto de encuentro fundamental entre estos productores es la gestión responsable de los envases vacíos de fitosanitarios. Belén Scarel enfatiza que su establecimiento los gestiona no solo para cumplir con la normativa vigente, sino «para aportarle valor al sector, impulsando un cambio de conducta».
Para Héctor Solé, este proceso es un «eslabón vital para el cuidado del ambiente». Destaca cómo la correcta limpieza y entrega de un envase puede «convertir un residuo en materia prima que vuelve a la industria». Desde LIAG, se añade que el certificado ambiental emitido por este sistema es un dato requerido por las certificaciones, que facilita el control de la entrega y contribuye al cálculo de la huella de carbono.
Este sistema de gestión, amparado por la Ley Nacional 27.279 y articulado por CampoLimpio junto a las autoridades provinciales, abarca toda la cadena de valor. Los resultados son notables: más de 20 millones de kilos de envases ya han sido recuperados del campo argentino. Con una infraestructura que incluye más de 90 Centros de Almacenamiento Transitorio (CAT), jornadas de recepción y capacitaciones en 22 provincias, el sistema se despliega territorialmente para facilitar el compromiso.
El rol del productor es fundamental: acercar los envases a los CAT o a las jornadas de recepción, asegurando su triple lavado o lavado a presión, un paso crucial para que puedan reciclarse y revalorizarse de manera segura. Con este accionar, los productores argentinos demuestran día a día su compromiso inquebrantable con un agro responsable, la protección del ambiente y un futuro sostenible para el país.