El presente trabajo técnico realizado en trigo demuestra que existe un abanico de nuevas tecnologías que, en forma complementaria a las prácticas de manejo habituales, permiten apuntalar el crecimiento, sobrellevar con menor afectación procesos de estrés, y cubrir incipientes deficiencias nutricionales.
El trigo es un cultivo tradicional de la Región Pampeana Argentina, y el principal cereal de invierno que ocupa nuestra superficie agrícola.La superficie sembrada alcanzó en la campaña 2019/20 a 6,8 millones de has, con una producción de 19,5 millones de toneladas (Fuente: BCR). Además de su valor económico, la importancia en las rotaciones se ha incrementado hasta tornarse un participante indispensable de los sistemas agrícolas. Amplia y durable cobertura de residuos, gran capacidad de competencia con las malezas y consumo hídrico que permite disminuir napas y evitar encharcamiento son algunas de las causas por las que su presencia en los campos argentinos se ha revalorizado. Junto con la cebada, son las únicas especies que desarrollan una estratégica capacidad de crecimiento al final de la primavera, etapa clave para el normal progreso de los cultivos de verano. Es en esta época del año donde se incuban procesos de enmalezamiento y ascenso freático que limitan luego la productividad de soja y maíz.
El cultivo atraviesa durante su crecimiento una estación fría y seca, estando sometido en ocasiones a restricciones en la oferta de recursos, o condiciones poco favorables para la acumulación de biomasa. La etapa de finales de macollaje y encañazón es clave para el trigo. Durante este período se define el número de macollos que sobreviven, y por lo tanto las potenciales espigas. Se produce la diferenciación y crecimiento de los primordios florales, y la expansión del área foliar encargada de sostener la fotosíntesis durante la espigazón y llenado de los granos. Un estrés o deficiencia nutricional durante este período tendrá como consecuencia un menor número de vástagos, espigas más pequeñas y con menos granos, y una área foliar insuficiente para el sostenimiento de la estructura reproductiva.
Las hormonas de crecimiento son moléculas orgánicas, que en muy baja concentración ejercen efectos a distancia, disparando señales que se traducen en efectos fisiológicos diversos.
Las hormonas se clasifican según su efecto favorable o desfavorable para el proceso productivo en hormonas de crecimiento y hormonas propias del estrés. Las primeras incluyen a las auxinas, citocininas y giberelinas. En el segundo grupo, etileno y ácido abscísico son las más comunes.
Las auxinas favorecen la división y elongación celular, especialmente en las células de la raíz. Las giberelinas favorecen la germinación, y estimulan el crecimiento vegetativo permitiendo alcanzar altos índices de área foliar y fotosíntesis. Disparan señales que desencadenan la floración y retrasan el envejecimiento. Su concentración baja desde espigazón, para dar paso al crecimiento reproductivo. Una concentración desproporcionada de giberelinas produciría plantas juveniles, de escaso rendimiento. Las citocininas son probablemente las hormonas de crecimiento más importantes. Favorecen la germinación, división celular y contribuyen a disminuir la dominancia apical, permitiendo el crecimiento de macollos primarios vigorosos, capaces de acompañar y producir en forma similar al vástago primario. Contribuyen a la removilización de nutrientes hacia los destinos reproductivos, y estimulan un alto índice de cosecha al privilegiar el crecimiento de los granos frente a la estructura vegetativa.
Además de carbono, oxígeno e hidrógeno, las plantas requieren de 14 elementos esenciales para su crecimiento. Algunos de ellos son necesarios en una cantidad tal que solo pueden ser incorporados al suelo, en la presiembra, siembra o postemergencia temprana del cultivo. Las aplicaciones foliares tienen como objetivo proporcionar pequeñas dosis es estos macronutrientes en etapas clave del cultivo, donde se desencadenan procesos o se definen componentes del rendimiento. Además, es una alternativa óptima para
el agregado de micronutrientes, ya que al no pasar por el suelo la eficiencia de absorción y uso se suele incrementar notablemente. En función de todo lo mencionado anteriormente, es de gran importancia abastecer durante el período de macollaje-encañazón de las hormonas y/o de los nutrientes que promuevan los procesos que permitan salvar situación de estrés y/o de déficit nutricional.
Entre 2010 y 2017 se realizaron 10 experimentos de campo en el cultivo de trigo en la EEA INTA Pergamino (Figura 2). Las aplicaciones se realizaron entre los estadíosZadoks 25 y Zadoks 30. Los experimentos se realizaron con diseño estadístico, y cuatro repeticiones. La aplicación se realizó mediante una mochila manual de presión constante, y cosechadas en forma mecánica. La respuesta a la aplicación fue independiente de la condición hídrica o el nivel de rendimiento. Tendió a incrementar su magnitud en los últimos años. Como hipótesis se sugiere que el mayor potencial de rendimiento de los genotipos liberados recientemente, junto a la mejora en las prácticas de cultivo, incentiva la demanda de nutrientes y refuerza la importancia de que el cultivo crezca el mayor tiempo posible libre de procesos de estrés. Algunos de los mecanismos, procesos y componentes de rendimiento favorecidos por las hormonas de crecimiento y el Zinc (Zn), un micronutriente clave en gramíneas.
Como conclusión, una serie de trabajos experimentales realizados en trigo demuestran que existe un abanico de nuevas tecnologías que, en forma complementaria a las prácticas de manejo habituales, permiten apuntalar el crecimiento, sobrellevar con menor afectación procesos de estrés, y cubrir incipientes deficiencias nutricionales. El entendimiento de los procesos intermedios involucrados permitirá mejorar los diagnósticos e identificar necesidades puntuales en este cultivo, haciendo más eficientes estas tecnologías.