Si la confianza es la esperanza firme que una persona tiene en que algo suceda, la decisión de reimponer las retenciones a la exportación de productos agropecuarios, rompe definitivamente la palabra empeñada por el Presidente de la República, en reuniones privadas y anuncios públicos en donde sostuvo la calificación de pésimo impuesto y regresión tributaria, sin embargo a la fecha se han vuelto a instrumentar.
Nadie duda que estemos en una crisis profunda de hondas raíces históricas desde el punto de vista, social, cultural y económico, sin visión de conjunto y con una persistencia patológica en reciclar conductas económicas cuyos resultados están marcados por la historia.
En diciembre del 2015 dejamos afortunadamente atrás la década desperdiciada e inauguramos un ciclo de esperanza en el que el campo ofreció, a cambio de reglas claras, un aumento considerable de todas sus producciones internas, muchas de ellas con récords históricos.
Paralelamente no se quiso o no se supo achicar el tamaño del Estado y se fomentó un crecimiento del gasto público a límites en que se hizo verdaderamente insostenible, ello se financió con deuda y cuando los mercados dejaron de prestar dinero, nos dimos de frente con la realidad, por eso que nadie se haga el distraído, esta crisis se anunciaba, aún desde dentro mismo de figuras centrales del Gobierno.
Como siempre, sin reparar las profundas diferencias que ofrece el sector productivo en su interior, se decidió reimplantar retenciones a todos, sin calibrar, si la fruta arrastra una debilidad estructural no recompuesta, o la lana requiere recuperar el 50% de su stock perdido o que entre el productor de soja de Salta y el de Santa Fe, existe un abismo de costos.
Retenciones para todos, fácil, seguro, recaudatorio y a seguir como se pueda, ningún funcionario dejó de hablar de los estragos que produjo la sequía en la recaudación del Fisco, pero ningún funcionario habló o tomó alguna medida para aquellos productores primarios, que fueron quienes la padecieron, de verdad, los que no recaudaron nada o se fundieron.
En el 2008, frente a la Resolución 125 salimos a las rutas del país, a decir, que las retenciones debían ser sancionadas por el Congreso de la Nación, que eran regresivas, que castigaban al que más invierte y trabaja, que desalientan producción, que resultaban injustas, que por ese camino, castigábamos al interior profundo, sin embargo solo con mejores modales, hombres que decían integrar un equipo sólido de economistas, nos llevan hoy al mismo destino.
La incertidumbre nos vuelve a golpear la puerta, «es una medida transitoria», escuchamos decir; que gesto de grandeza, de seguridad y de justicia sería ponerle fecha de vencimiento a esta medida, dar una certeza de finalización, marcar al sector productivo la línea del horizonte donde concluye el esfuerzo, para que la ilusión de transitoriedad se convierta en una meta, y disipe las nubes de la incertidumbre y la incredulidad.
En una Argentina intoxicada de palabras bonitas, vacías de prácticas consecuentes, el perro se vuelve a morder la cola, los mismos técnicos que nos llevaron hasta esta situación, son los garantes del nuevo paquete impositivo.
Si en la política valen los gestos, esta semana que finalizó, tuvo la visita del Sr. Presidente con el representante de una empresa coimera confesa y la vuelta a las retenciones. Postales de un país, sin reglas, sin valores, sin conductas éticas y claramente sin confianza, porque el que traiciona la confianza una vez, la puede traicionar siempre.