Con la mirada en el largo plazo, se impone el cuidado del suelo

Las nuevas condiciones macroeconómicas vigentes en el país tuvieron entre otros efectos la vuelta del productor a cultivos que hasta hace poco ocupaban un segundo lugar en sus preferencias, tal es el caso del trigo y, en mayor medida, del maíz, lo que implica un mayor aporte de rastrojos en calidad y en cantidad, para beneficio del suelo.

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Estos cambios no deberían hacer que perdamos de vista el impacto de la agricultura sobre el ambiente, cuando ella no se realiza en forma racional. Son ampliamente conocidos los beneficios de la fijación biológica de nitrógeno, principalmente en las leguminosas asociadas con bacterias específicas, ya que permite la obtención de este nutriente tan importante a un costo económico y ambiental mucho menor a de los fertilizantes de origen industrial.

Es una práctica muy difundida en la Argentina la inoculación de la soja con bacterias específicas, seleccionadas por su alta capacidad de fijación de nitrógeno atmosférico. De acuerdo con nuestra experiencia en Crinigan y en ensayos en conjunto con el INTA, el efecto de la inoculación en soja equivale a aplicar entre 100 y 200 kg de urea por hectárea, valor que varía en función del ambiente. Teniendo en cuenta que una dosis de inoculante puede costar US$ 5 por hectárea, las ventajas económicas son evidentes. Si a esto le sumamos que la obtención industrial de la urea implica el uso de combustibles fósiles y que este fertilizante puede provocar la contaminación de napas, la utilización de inoculantes o fertilizantes biológicos suma beneficios.

Este mismo concepto se puede aplicar con otros microorganismos, como las micorrizas, que son hongos que se asocian estrechamente con las raíces de las plantas y que permiten una mejor absorción de fósforo y de otros nutrientes de baja movilidad; un mayor volumen explorado por las raíces, y una mayor resistencia a la sequía y a la acción de los patógenos. La otra ventaja que tienen es que se pueden asociar con muchas plantas incluidas las gramíneas, permitiendo la formulación de inoculantes para diferentes cultivos, con el consecuente ahorro en fertilizantes, al poder usar éstos en dosis menores.